Frente a la crisis ambiental a la que se enfrenta la humanidad, hay quienes esperan que la tecnología acuda a nuestro rescate con alguna innovación revolucionaria que nos resolverá todos los problemas de sostenibilidad, incluso algunos quieren que nos juguemos nuestro futuro con todo a esa única baza, y mientras tanto no tomar ninguna otra medida preventiva. En este artículo expondré por qué este plan, aunque pueda parecer deseable (según gustos), tiene todas la papeletas para fracasar.
Con esta entrada continúo una serie de artículos que empecé con uno sobre por qué los indicadores ambientales que se usan para pronosticar cómo la economía afectará a la sostenibilidad suelen conducir a conclusiones erróneas (enlace aquí), que continué dando respuesta al debate sobre si tenemos (o no) un problema de superpoblación que pueda generar escasez de recursos (enlace aquí) y que amplié en la anterior entrada sobre por qué nuestro consumo actual es insostenible (enlace aquí).
La tecnología solucionando problemas a lo largo de la historia
Respecto a la tecnología y su impacto sobre la sociedad ayudándonos a abastecernos de recursos, resulta lógico mirar atrás a la historia de la humanidad y ver que efectivamente en no pocas ocasiones, cuando parecía que habíamos alcanzado límites a nuestras capacidades de abastecernos, revoluciones tecnológicas nos dieron alas para llegar más lejos de lo que habían soñado las generaciones anteriores (no sin antes soportar considerables padecimientos, porque esos avances no siempre llegan a tiempo de evitar todos los problemas). Por ello, a priori puede resultar razonable esperar que en algún momento se den revoluciones que ni sospechamos aún, y que amplíen considerablemente nuestra capacidad de gestionar nuestro consumo de forma más sostenible.
Por supuesto, solucionar un problema concreto es algo más fácilmente abordable con ingenio. Si estamos en la Edad Antigua y nuestros barcos no pueden navegar en aguas abiertas del océano, ya llegará el momento en el que la tecnología avance y tendremos cada vez mejores barcos que nos permitan llegar a nuevos continentes, ganar accesibilidad a más recursos que estaban ahí pero no eran alcanzables, incluso mejorar nuestra eficiencia para explotarlos, etc. Así comentaba en la entrada anterior que nuestra capacidad de obtener alimento de los océanos ha ido aumentando muchísimo con los siglos, con grandes avances en la navegación y en las técnicas de pesca.
Pero en la actualidad nos enfrentamos a desafíos cuya complejidad alcanza órdenes de magnitud por encima de lo que hemos tenido que superar en el pasado; como decía en el artículo anterior, no nos enfrentamos a problemas aislados, sino a una crisis global donde todo el sistema climático está alterado y todos los ecosistemas se ven afectados. Sin duda la tecnología seguirá avanzando, y eso nos ayudará en muchos aspectos, algunos aún ni los imaginamos, pero esta vez hay varios motivos por los que podemos sospechar que la tecnología no será suficiente para solucionarlo todo. En primer lugar, ya conocemos el mundo en su totalidad, y podemos estimar mejor que nunca la cantidad total de recursos disponibles y sus tasas de renovación. Ni siquiera podemos confiar en que podremos encontrar otro mundo habitable y colonizarlo a corto o medio plazo, pues el principal problema no es tecnológico, sino biológico, como expuse en este artículo que enlazo sobre la colonización espacial.
Además, para un problema inminente, necesitamos soluciones pronto, y por tanto los avances con los que podremos contar serán los que se desarrollen en los próximos años y décadas. De poco nos servirán los avances que alcancemos en el siglo XXII para afrontar los problemas que tenemos y tendremos a lo largo del siglo XXI. Así que por muy avanzada que sea la sociedad del futuro, y por mucho que nos cueste anticipar su tecnología, no es tan difícil hacerse una idea aproximada de por dónde nos iremos desarrollando en las próximas décadas, extrapolando en base a nuestros avances recientes, lo que se está investigando en la actualidad, y en qué campos del conocimiento y la tecnología se invierte más para desarrollarlos. Así podremos estimar de forma razonable si estamos lo bastante cerca de solucionar determinados problemas actuales mediante la innovación.
Gestión de ecosistemas e ingeniería genética
Cuando hablamos de problemas biológicos y de recursos naturales como los relacionados con los efectos del cambio climático y el abastecimiento de recursos para la creciente población humana, la tecnología podrá ayudarnos a paliar el problema, pero no lo resolverá como si fuese una solución mágica. Poco podemos hacer por ejemplo sobre la energía que nos llega desde el Sol (que ya expliqué previamente que impone un límite de productividad), pese a que podamos intentar mejorar modestamente la eficiencia de su aprovechamiento. Pero nuestra capacidad para mejorar eso es lenta, y además tiene límites, pues no toda la radiación que nos llega es aprovechable. Aunque mejoremos nuestros dispositivos, la producción de recursos sigue dependiendo fundamentalmente de componentes biológicas, y mejorar la eficiencia de los organismos fotosintéticos para aprovechar la luz no es algo menor. Quizá con ingeniería genética se pudiese hacer algo, aunque los principales avances en los que se trabaja actualmente atienden a otros asuntos más factibles, como mejorar la resistencia de plantas a sequías y plagas (sobre aplicaciones de estas técnicas impartí una ponencia que está disponible en este enlace). Y aunque algún día logremos cultivos más eficientes en captación de energía, seguirá habiendo muchos ecosistemas de los que también dependemos que no son cultivos y no podremos simplemente modificarlos todos de un día para otro. Aunque empezásemos un proyecto de reemplazar algunos organismos de la naturaleza con variantes mejoradas genéticamente, algo así tendría que hacerse de forma gradual, y sería inabarcable reemplazar a absolutamente todos los organismos; ni siquiera conocemos aún todas las especies que existen en los ecosistemas, como para pensar que de aquí a un siglo podríamos siquiera aspirar a controlar completamente los procesos que afectan a la productividad de los ecosistemas.
Ya ha quedado patente en experimentos como Biosfera 2 (del que hablo en la entrada de colonización espacial que enlacé antes) que a día de hoy no somos capaces de diseñar ecosistemas para que sean sostenibles y autosuficientes ni siquiera a pequeña escala, mucho menos podemos aspirar a un control absoluto a escala planetaria. Simplemente nos falta demasiado conocimiento en ciencia básica. Y esto es crucial, pues los grandes y rápidos avances tecnológicos se dan en general cuando ya existen unas bases sólidas de conocimiento científico, y lo que falta es resolver problemas técnicos de cómo lograr lo que ya en teoría sabemos que es posible. Que en el siglo XX se pasase en pocas décadas de desarrollar los primeros aviones a viajar a la Luna fue un logro sin duda colosal, pero todo se desarrolló tras siglos de industrialización, desarrollo de la ingeniería, conocimientos de física que posibilitaron hacer los cálculos para llevar a cabo ese proyecto con éxito, etc. En cambio de lo que hablamos aquí sería como si aún estuviésemos en la Edad Media en conocimientos de ingeniería, y quisiésemos llegar a la Luna. Pues aún nos falta, y mucho.
Todo esto ya es un enorme ejercicio de ciencia ficción, y seguirían quedando problemas pendientes de resolver para implementar semejante proyecto, pues la radiación solar no es el único limitante, normalmente las plantas están más limitadas por nutrientes disponibles en el suelo y por variables climáticas. Por supuesto para un cultivo concreto se puede aumentar la productividad fácilmente añadiendo fertilizantes, pero en el tema que nos ocupa, aumentar la productividad a escala planetaria en todo tipo de ecosistemas hasta llegar a un punto en que se produjese anualmente todo lo que actualmente consumimos, es como pretender que un árbol que tarda décadas (o incluso siglos) en crecer varios metros lo haga en pocos meses.
Pero vamos a hacer un ejercicio de ciencia ficción híper-optimista y pensar que llegará el día en que podremos hacer todo eso. Habría que estimar el tiempo que tardaremos en lograrlo, y actualmente estamos muy lejos ya simplemente de tener suficientes conocimientos teóricos para diseñar cómo hacerlo (de manera sensata, no con simples “soluciones mágicas” que propondría cualquiera desde la barra de un bar), no digamos ya de llevarlo a cabo. En un tiempo de décadas, a lo largo de este siglo, quizá logremos algunos pequeños avances, pero aún muy lejos de llegar a producir lo que consumimos a día de hoy (no digamos ya con una población mundial aún mayor si sigue aumentando). Quizá se tardasen generaciones, siglos en poder finalizar semejante proyecto (modificar genéticamente a una parte significativa de los organismos de los ecosistemas para adaptarlos a nuestras necesidades y aumentar de forma sostenible la productividad global), y siendo realistas ni siquiera es la solución más sensata ni eficiente, siendo más razonable un proyecto más modesto combinado con otras medidas.

Según nuestros conocimientos actuales y las líneas de investigación que se están desarrollando, lo que parece que será más óptimo es invertir en ciertas modificaciones genéticas por ejemplo para los cultivos y en algunos animales que criamos en cautividad (aunque no solo, también hay otras muchas aplicaciones), que son una parte importante pero aún así muy menor de todos los organismos que intervienen en la producción de los recursos que consumimos. La ingeniería genética nos será de utilidad, pero no cabe esperar que por sí sola nos resuelva todos los problemas de recursos que afrontamos.
Consumo energético
Una de las cuestiones que quizá sí podamos resolver en cuestión de décadas es el abastecimiento energético con bajas emisiones de carbono, a medida que se amplíe el uso de energías renovables, y sobre todo con energías de apoyo que también sean bajas en emisiones, como la energía nuclear de fisión, o más aún con la energía nuclear de fusión si su desarrollo finalmente llega a buen puerto, así como (o alternativamente) otras opciones de fuentes de energía que se están investigando. Siempre y cuando, claro está, los gobiernos de los diferentes países apuesten por ello y la población lo respalde, que es uno de los principales problemas en este asunto. Y “descarbonizar” (relativamente) la producción de energía es un gran paso y muy necesario, pero hasta que lo logremos, seguiremos emitiendo millones de toneladas de carbono a la atmósfera cada año, además de otros tipos de contaminación, y los efectos acumulados de esas emisiones no desaparecerán, sino que seguirán aumentando (esto lo explico mejor en este enlace sobre el clima y su inercia). Cuanto más tiempo retrasemos el tomar medidas para reducir los impactos ambientales del consumo de recursos, peores serán las consecuencias y el deterioro ambiental. Incluso aunque dentro de unas décadas el consumo se vuelva sostenible, seguiremos padeciendo las consecuencias de la sobreexplotación de los ecosistemas que llevamos a cabo actualmente, ya que los ecosistemas no se recuperarán rápido, sino que por el contrario su productividad se puede ver reducida durante largos periodos que según el caso pueden ser de décadas o siglos.

¿Puede realmente la tecnología garantizar la productividad de recursos a escala global?
Pero lo más importante, si alguien quiere confiar en que “la tecnología nos salvará”, es que dado que nos enfrentamos a un problema que ya tenemos encima, al menos plantee de qué manera específicamente se resolverán todos los problemas asociados al excesivo consumo de recursos que demanda la población humana mundial. Sobre esto me comentaba Pablo Domínguez (quien me motivó a iniciar esta serie de entradas con sus planteamientos cuestionando el problema de superpoblación), que con los avances tecnológicos iremos “creando recursos”, o al menos haciendo más eficiente el consumo. Su esperanza es que si el mayor consumo hace escasear el recurso, y con ello aumentan los precios, eso incentivará (al hacerlo más rentable) el desarrollar innovaciones para resolver el problema. Por ejemplo sobre la sobreexplotación de recursos pesqueros que he comentado en las entradas anteriores, él sugería que igual mediante la producción en piscifactorías, o con repoblación más eficaz, o clonando, lograremos mantener las poblaciones de peces que pescamos. Por supuesto podemos tomar varias medidas para tratar de paliar los problemas de desabastecimiento. Pero la gran pregunta es si en términos absolutos esas medidas serán suficientes para resolver el problema, o solo ralentizarán parcialmente la regresión de esos recursos que de todas formas seguirán disminuyendo.
La insuficiencia de la tecnología para gestionar los recursos biológicos
Cuando hablamos de consumo de recursos para fines como la alimentación, no es lo mismo que por ejemplo los combustibles como el carbón o el petróleo, que podemos desarrollar motores más eficientes que hagan el mismo trabajo consumiendo menos. Para alimentarnos necesitamos una serie de recursos, en calorías, aportes nutricionales, etc., que están determinados por nuestra fisiología, y que no varían demasiado (si acaso en términos evolutivos, a muy largo plazo de incluso millones de años). Y lo mismo aplica para el resto de organismos. No podemos implantarnos un microchip en el estómago y que de repente nuestro cuerpo funcione con la mitad de comida (siempre que nuestro consumo de comida fuese ya el adecuado). Necesitamos lo que necesitamos. Y para que crezcan los peces, las aves, los mamíferos, las plantas y demás organismos que consumimos, su consumo en recursos también es el que es. Podemos criar a algunos organismos en cautividad, pero hay que seguir alimentándolos igual que si estuviesen en libertad, con lo cual es necesario que haya suficiente producción de recursos en los ecosistemas para alimentar a esos animales, ya sea en libertad o en cautividad. Sobre la opción de clonarlos, los clones también necesitan comer igual. Y para repoblar un ecosistema o mantener una población en él, las condiciones tienen que ser adecuadas, si no, estás malgastando recursos tratando de recuperar una población que no es capaz de proliferar, si por ejemplo el declive de la población se da porque se están agotando los recursos del ecosistema de los que se tienen que alimentar, o porque la presión por depredación (como la pesca) es tan alta que no hay forma de compensarla.
Y precisamente el problema general con la superpoblación y el cambio climático, como ya he comentado en las entradas anteriores, es que no hablamos de un problema en un sitio puntual, en el que puedas intervenir de forma local y controlada y resolver cuestiones específicas y limitadas y ya está. Tenemos demasiados frentes abiertos a escala global, como un barco en el que hay demasiados agujeros en el casco y brechas que se van ampliando, y ponerte a colocar parches en unos pocos de esos agujeros no evitará que el barco se hunda, es imprescindible repararlo a fondo (aunque cueste más) para poder seguir navegando.

Actualmente el cambio climático está afectando negativamente a muchos ecosistemas, conjuntamente con otros motores de cambio global, y sobre todo la actividad humana descontrolada que sigue contaminando y sobreexplotando sin demasiados miramientos. Porque ante reducciones en los recursos disponibles para explotar en un ecosistema, no nos paramos a pensar si estamos explotando de forma insostenible y debemos corregirlo, sino que lo que hacemos es buscar la forma de explotar cada vez más para que la producción no decaiga, lo cual acelera la pérdida de productividad del ecosistema en un círculo vicioso de retroalimentación positiva. Y es esperable que la productividad se vaya reduciendo en gran parte de los ecosistemas, con lo cual los recursos biológicos y su regeneración irán decreciendo, haciendo cada vez más difícil para los diferentes organismos mantener sus poblaciones en los niveles que nosotros demandamos para extraer los recursos que queremos. Por no hablar de que cualquier “innovación” que llegue después para intentar corregir el daño causado seguramente nos costará mucho más esfuerzo y más recursos de lo que nos costaría ahora mismo intentar reducir esos problemas y mantener un consumo más sostenible. Como es bien sabido, “más vale prevenir que curar”.
En cualquier caso, es importante tener claro que ante gran parte de esos problemas que son de índole biológica, no todo puede ser abordado desde la industria, las compañías tecnológicas, etc. No podremos resolverlo todo a base de aparatos electrónicos cada vez más potentes, por más que en eso sí se nos dé muy bien innovar. Y con esto no pretendo despreciar la ayuda que esos avances tecnológicos nos brindan en muchos sentidos, incluyendo para la investigación científica. Pero para afrontar completamente estos problemas relacionados con poblaciones de organismos y recursos naturales, una de las partes fundamentas son nuestros conocimientos en ciencias biológicas, y por tanto los expertos a los que debemos mirar en busca de soluciones son, entre otros pero sobre todo, los relacionados con las ciencias naturales (con todas sus variantes: ecólogos, biotecnólogos, epidemiólogos, genetistas, microbiólogos, etc.).
La economía y la financiación en I+D
Sobre la economía hay mucho que decir, así que dejaré pendiente abordar el tema en profundidad para otros artículos. Pero de manera «breve» intentaré explicar una cuestión importante, ya que algunas personas tienen la esperanza de que todo se resuelva cuando sea “económicamente rentable” invertir en buscar soluciones, y que por tanto sea razonable dejar que los problemas se vuelvan tan graves como para ello, o más bien esperar a que la gravedad de sus consecuencias se vuelva tan evidente para todo el mundo que haya mucha demanda de soluciones, generando así rentabilidad en la inversión de buscarlas.
El problema de esto es que, como ya he explicado, los problemas a los que nos enfrentamos no son meramente abordables desde la tecnología o la ingeniería, con lo cual, si dejamos que siga aumentando su gravedad hasta que sea de extrema necesidad encontrar soluciones urgentemente, será demasiado tarde. No importará cuán rentables se vuelvan ni cuánto se quiera invertir en buscar soluciones (aunque invertir en financiar I+D siempre ayude a agilizar el proceso), porque reparar todos esos impactos negativos sobre la productividad de los ecosistemas a escala global requerirá unos conocimientos científicos que no tenemos aún, y que podría llevarnos décadas o incluso generaciones de investigación el alcanzar un nivel de conocimiento suficiente. Porque la inversión puede facilitar el realizar más tareas en paralelo (por ejemplo contratando a más gente para que trabajen a la vez), pero no puede cambiar aquellas tareas que necesitan realizarse en serie, y que llevan sus tiempos.
Por ilustrarlo, si queremos que un árbol crezca, por supuesto crecerá mejor si invertimos en suministrarle suficientes recursos para ello; pero si necesitásemos que alcance 5 metros de altura de aquí a 20 años, y nos pasamos 19 años privándole de recursos porque aún no nos apremia y nos da igual que apenas pueda crecer medio metro, cuando falte un año no importará cuánta agua ni cuántos nutrientes le queramos dar, no podrá aumentar su crecimiento hasta los 5 metros en cuestión de meses. O por ejemplo, si yo tengo que hacer un experimento para estudiar cómo el clima afecta al crecimiento de los árboles, seguramente necesitaré como mínimo hacer mediciones durante varios años, y ni aunque me financien con cientos de millones de euros voy a poder hacer que los árboles crezcan en semanas lo que normalmente tarda años. Con suficiente financiación podría contratar a gente para medir muchos más árboles, pero no podría medir sus respuestas a determinadas estaciones (como el otoño) sin contar con un buen número de réplicas, siendo cada estación (en cada año) un punto de muestreo, y necesitando varios años para tener suficientes datos para que los análisis sean lo bastante robustos, por una mera cuestión de estadística. Hay cosas que es materialmente imposible acelerar (más allá de cierto punto) independientemente de su rentabilidad de mercado o de la financiación.

Pues algo similar pasa con los avances que necesitamos y el ritmo al que pueden producirse. Ya de entrada no se está invirtiendo lo suficiente en investigaciones relacionadas con los procesos ecosistémicos, y aunque se aumentase mucho desde ya mismo la financiación (cosa que efectivamente ayudaría a acelerar algunas de las cosas que sí se pueden cambiar y nos podría ser muy útil), ni aún así al ritmo que podrían avanzar las investigaciones en condiciones óptimas podríamos compensar todo el problema del cambio global que actualmente afecta a los ecosistemas. Quizá de aquí a uno o dos siglos nuestro conocimiento científico y tecnológico sea tan avanzado que podamos utilizar muchos más recursos de forma sostenible, con soluciones que ni imaginamos. Pero podemos afirmar con bastante seguridad que, desde el conocimiento científico actual, al menos nos falta mucho siquiera para poder hacer sostenible el consumo a día de hoy. Así que ni la rentabilidad del mercado ni toda la inversión del mundo va a hacer posible lo imposible.
Conclusión
En definitiva, confiar en que la tecnología o los avances en el conocimiento resuelvan completamente el problema, es confiar en que las personas que son especialistas en los campos necesarios para abordar el problema desarrollen soluciones que no requieran ningún esfuerzo ni cambio de hábitos de consumo al resto de la población. No tiene mucho sentido esperar que todo lo resuelvan esos expertos, si precisamente los especialistas (científicos) en los campos relacionados con este problema llevan décadas advirtiendo de que no hay otra forma de atajar el problema que con cambios en nuestros modelos de explotación, producción y consumo, porque por mucho que se estén desarrollando tecnologías (como la modificación genética o la fusión nuclear) para ayudar a paliar el problema, son solo un pequeño parche que por sí solas no servirán de mucho si no se acompañan de esos cambios en el consumo.
Básicamente, supone tener la esperanza de que esos especialistas serán lo suficientemente hábiles para solucionar el problema por su cuenta, pero al mismo tiempo rechazar su opinión experta y considerar que no son lo bastante hábiles para entender el problema del que hablan. ¿Y cómo puede ser cierto a la vez que aquellos expertos cuya opinión se considera equivocada sean en cambio tan hábiles en aquello de lo que supuestamente se equivocan como para que vayan a encontrar suficientes soluciones maravillosas y súper-convenientes al problema para resolverlo dentro de poco (o a tiempo) sin que afecte a nuestras tasas de crecimiento y consumo?
Es lógico que, antes de resolver un problema en un sistema, tengas que entender cómo funciona dicho sistema, y una vez que tu conocimiento es lo suficientemente adecuado, con tiempo, quizá llegues a encontrar formas de corregir problemas en dicho sistema. Pero si tu conocimiento del sistema es tan pobre que estás equivocado sobre cómo funciona, qué problemas hay o cuál es su gravedad, difícilmente podrás desarrollar avances que permitan corregir esos problemas, porque tu conocimiento de esos problemas no es suficiente de partida, ¿no?
Así que antes de tener confianza en que los científicos encontrarán soluciones, lo primero es plantearnos si tenemos nosotros confianza en que esos científicos que se dedican a estudiar el tema tienen el conocimiento necesario para desarrollar soluciones convenientes. Si no lo tienen, no podemos tener esperanzas de que vayan a desarrollar esas soluciones dentro de poco, primero tendrán que dedicar tiempo a mejorar su conocimiento del sistema y del problema. Y si en cambio su conocimiento del problema es suficiente como para que podamos confiar que igual lo resuelven, entonces también deberíamos confiar en que con su conocimiento suficiente tienen algo de razón cuando nos advierten de que el problema es demasiado grave y que hacen falta más medidas aparte de buscar avances tecnológicos.
Porque creer en que “la tecnología proveerá” de soluciones, sin tener muy claro cómo, y sin confiar en el criterio de quienes deben encargarse de lograr esas soluciones, se parece mucho a tener esperanza en que “Dios proveerá”, que es más un acto de fe que un plan racional sobre cómo garantizar nuestro bienestar y nuestro abastecimiento de recursos en el futuro. Como dice otro refrán que viene al caso, «a Dios rogando y con el mazo dando», es decir, que por mucha fe que quieras tener en que los problemas los resuelva la providencia (o la tecnología del futuro), es mejor no confiarse, sino más bien prepararse para tener soluciones complementarias, por si acaso.
En conclusión, invitaría a todos aquellos que desconfían de la ciencia cuando advierte de los problemas de la superpoblación, su consumo insostenible de recursos y del cambio climático que generamos, pero que en cambio tienen esperanzas en que los científicos resuelvan cualquier problema relacionado, que examinen esa incongruencia en su razonamiento sobre si confían o no en los conocimientos de esos científicos. Porque sea cual sea la respuesta, por lógica, no parece sensato depositar demasiada confianza en que todo vaya a ser resuelto en las próximas décadas por meros avances tecnológicos, sin nada más y sin que tengamos que hacer ningún esfuerzo ni cambio en nuestro modelo de explotación y consumo de recursos.
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